martes, 5 de mayo de 2015

TEMPUS FUGIT

La memoria es la batalla contra el ocaso, la lucha contra el crepúsculo. Una barrera, además, erguida en oposición al paso del tiempo. Lo mismo en cine, literatura o vida real, recordar siempre es reponer el pasado, acaso reinventarlo.

Charles Foster Kane pronuncia "Rosebud" antes de morir. Freud escribe que "los procesos anímicos inconscientes se hallan 'fuera del tiempo' ". Es Nabokov quien dice "confieso que no creo en el tiempo [...] la atemporalidad es un éxtasis, un vacío momentáneo en el que se precipita todo lo que amo".

Está claro pues que el cine, el psicoanálisis o la literatura tratan de las historias de amor, de sus fantasmas y reminiscencias. Esto es, también del tiempo. Platón le llamó “imagen móvil de la eternidad”. En ellas se engarzan, a uno y otro lado, tópicos narrativos, y la interpretación de sus enigmas y propósitos. Existen porque Tiempo y Amor están relacionados, tanto como desigual es su coexistencia. Siempre hay más amor que tiempo, y por eso aparecen las figuras de la psique.

Aparece la neurosis: “entre el recuerdo y el síntoma se interponen fantasías que son producciones de recuerdos”. Y esa medida -por mínima que sea- de neurosis, que tan precisa resulta, procede de la resistencia contra lo real que ejercemos invariablemente. La resistencia del amor contra el tiempo.

Al final, limitarse a ser, en un silencio expurgado de ecos.

Imagen: "Tempus Fugit" (Víctor de la Fuente, 2010)

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